Tierra de penumbras

Herbst


Por supuesto que tengo mis fijaciones.

Otoño no es una estación, siempre la he contemplado como una especie de asesina en serie. Ocurren cosas terribles. Sin duda es como el hermano sicópata del más cruel de los inviernos y claro, si bien es cierto que el Invierno posee la sutileza y elegancia quirúrgica del que mata sin pruebas, el Otoño puede resultar igualmente eficaz empleando una motosierra.

Y es que a uno le roban la luz de un día para otro y se queda a oscuras, como si te secuestrasen y te metiesen en un zulo.
Tarde o temprano me coge desprevenido.
Y es que uno no aprende nunca. No aprende jamás.

Aunque la gracia reside en eso, en dar un paso adelante y dos atrás. En bailar al son de la música mutilada de Otoño. Pero maldita la gracia.

Te padezco como a un dolor de muelas, te adoro como al diablo, te odio tanto Otoño, que si te quisieses casar conmigo me subiría al altar como si subiese a un patíbulo.

Aún así sé que tú nunca me dejarás.
Me quieres demasiado.
Me quieres muerto.

Como a las hojas


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