Roberto e Ingrid
ROBERTO E INGRID
Cuando era un niño el mundo se acababa en la acera de mi barrio.
Años después, observándote, sus límites se ampliaban a la frontera de tu piel, definida y exacta al contraluz de la mañana.
Todo se había vuelto demasiado complicado de pronto. Más allá de ti estaba lo desconocido, mares y océanos procelosos donde surgían mitos y leyendas, monstruos marinos.
Pasé un tiempo vagando sobre la cornisa de un “no te vayas”. Pero me callé como siempre hago cuando no tengo que hacerlo.
Y Cuando te fuiste, justo en ese momento, llegó el invierno al viejo caserón. Bajó la temperatura y los cristales de las sucias ventanas se tiñeron de escarcha.
La moqueta cochambrosa se cubrió de nieve.
Ocultando lentamente las huellas de nuestro crimen.
A veces no se puede elegir entre lo correcto o lo incorrecto.
Simplemente se elige el menor de los pecados. El más asequible y soportable.
El tuyo durmió desde aquel día a tu lado todas las noches.
El mío fue no tratar, ni por un miserable y maldito instante, que tú lo hicieses.