De profundis


Tras cubrir la primera piscina destacado, Pankrátov se impulsa en la pared y vuelve a sumergirse durante otros quince metros. Después de media prueba, aún tiene pulmones para recorrer más de un cuarto de la distancia que le resta sin salir a la superficie. Quizá respirar le supone un impedimento y, por eso, apenas saca la boca por el lateral. Cuando toca la pared de la meta, el crono se para en 52.27, pulverizando su propio récord mundial. De esos cincuenta y dos segundos y veintisiete centésimas, Denís ha pasado casi la mitad propulsado lejos del aire. Quizá no quería respirar. Quizá solo quería estar entre las ondas transparentes que le envolvieron desde niño y acabaron definiendo su propia naturaleza. Quizá solo necesitaba el agua.


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