Hibakusha

Dicen que el diablo habita en el 1/12000

Es la obturación en la que un fotógrafo corta el segundo en 12000 partes para quedarse ,y para siempre, con tan sólo una de esas partes y condenar las miles restantes al abismo del pasado, de la nada y del olvido.

Dicen también que si uno se atreve y va un paso más allá, entonces verá las tinieblas, la noche, la oscuridad que teje las costuras del tiempo.

El fotógrafo se desplaza en horarios y distancias reales, humanas, y sin embargo practica la alquimia con tiempos subatómicos, inabarcables a nuestros sentidos por ridículos y breves, y  con espacios tan acotados y minúsculos, con encuadres tan sesgados y cercados por las fronteras de la óptica, que son anécdotas en la inmensidad del cosmos.

Resulta tan pretencioso y a la vez tan deliberadamente épico explicar el mundo así, de una manera tan obscena, seleccionando, separando y conservando tan sólo uno de los granos que lo conforman, que si la gente fuese coherente, inteligente y precavida tendrían que atarnos a un mástil, exorcizarnos  y plantarnos fuego por peligrosos, por extraños y por herejes.

La persona arrojada a la profundidad del océano de la Historia con una cámara al cuello.

Con su innata fragilidad y sus imperfecciones.

Un testigo por decreto, obligado y vocacional, con sus neuras, sus vicios, sus defectos, sus miedos, sus terrores y afectos, sus silencios y sus gritos, su rabia, sus fobias, sus amores y sus desengaños.  Portando el peso de la mochila de la soledad (siempre inexplicable y sin duda imprescindible) que un fotógrafo que se precie ha de conservar, mimar y odiar hasta el día que se muera, o hasta que llegue ese momento balsámico, en el que tras un ataque de lucidez, decida arrancarse los ojos y descansar al fin.


La Historia no es otra cosa que la pulsión de los contrarios. Fuerzas descomunales enfrentadas como dos trenes desbocados que comparten una vía común pero recorren sentidos opuestos.

Y en el medio de esos dos colosos dispuestos a imponer sus criterios, sus visiones, sus códigos y sus peones, en medio de la disputa, entre dos fuegos siempre, está el fotógrafo.

Y entonces sólo hay dos posibilidades. O en su debilidad se entrega a una de las fuerzas, o se asusta y se esconde y deja de ser fotógrafo para siempre, o va y se eleva, se dilata, se endurece y olvida su delicadeza, su insoportable y grotesca levedad, y tras superar e imponerse a sus limitaciones, va el muy cabrón y se convierte en narrador, en testigo y en respuesta.

Porque señores, eso, y ninguna otra cosa más, es ser fotógrafo.

No va de cámaras grandes, ni de objetivos caros, ni de exposiciones insufribles o subvenciones de amiguetes.

Ser fotógrafo implica elegir y descartar. Perder para poder ganar.

Sin marcha atrás.

Bueno, uno al llegar a cierta edad ya sabe que eso es la vida, ¿no?

Uno siempre pierde muchas más cosas de las que gana.

Descartas miles de momentos para quedarte con uno.

El tiempo huye y no regresa. Y tú eliges ese tiempo y ese espacio.

Posees el privilegio de hacerlo.

Como el músico que elige la nota correcta en el instante decisivo para que todo encaje para siempre en la melodía perfecta.

Sólo que tú música se escucha con la mirada.


Que no os engañen.

Ser fotógrafo es simplemente estar vivo.

Sin más.

Y podéis creerme, eso, en este mundo gobernado por supervillanos de película de Serie B, resulta un privilegio, un lujo y un adorable castigo.

Desde vuestro pequeño mundo podréis retratar el mundo entero.

Venga, a nadie le importa los platos que coméis, (porque se ve que tenéis la fortuna de hacerlo), ni la playa en la que mojáis vuestros traseros, ni los libros que decís leer pero que demostráis no asimilar.

Es hora de que salgáis corriendo hacia la Zona 0, de donde huye todo el mundo, y avancéis a trompicones, a contracorriente, como es, como debe y como tiene que ser, y esperéis a que os caiga la bomba encima.

Entonces, muy importante: no olvidéis obturar a 1/12000

Lo digo para que pilléis la explosión bien nítida, bien definida. Lo demás poco importa.

Tal vez salgáis airosos. No seréis los primeros. ¿Quién sabe?

Y si no, en ese lugar y en ese lapso de tiempo, el diablo ya se encargará de llevarse a los suyos

Silencio.

Más silencio.

Dudas, muchas dudas.

Finalmente amargos aplausos.

 

(Esas conferencias que por algún motivo jamás me pagan)

 

 

 

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