Carnaval en Belfast

Las cosas siempre suceden a la vez en lugares distintos y distantes. Engulles tu cerveza al tiempo que la cabeza de otro engulle una bala, o desparramas una sonrisa al compás de quien desparrama mil lágrimas.
El tiempo nos une y el espacio nos separa.
En la ironía del giro del mundo es esa distancia y no el preciso instante la que hace que tus hijos estén seguros en una habitación repleta de juguetes o bajo el bombardeo de la artillería Siria.

Miras al cielo una mañana de domingo y el sol que se empantana con su luz en el cielo nublado de tu ciudad es el mismo sol que ilumina la agonía de alguien a millones de metros de ti en el cielo más azul y perfecto que pueden ver unos ojos.
La diferencia es verlo o saberlo, la felicidad se edifica sobre la ignorancia de las cosas más terribles, esas cosas y acontecimientos que están sucediendo mientras pierdes el tiempo leyendo esto o rascándote la entrepierna.

El planeta gira para todos igual y sin embargo no nos concede lo mismo a todos. Cada uno de nosotros libra su propia batalla en su minúsculo espacio al margen de todas las batallas de todos los demás.
Si fuésemos conscientes del todo ni tan siquiera tendríamos fuerzas para llenar de aire los pulmones.Por eso sólo tenemos dos ojos y dos oídos, dos piernas y dos brazos. Estamos diseñados para no poder hacer nada. Porque la ironía de la vida consiste en el espacio que no abarcas, y la tragedia insiste siempre en el momento en el que decides qué es lo que vas a abarcar.

No se puede hacer nada nunca.
Y los que pueden, aquellos dotados de mil brazos, y mil piernas y mil ojos y pirolas y culos y orejas y números en su cuenta corriente, son esos que se los han robado a los demás.Eso es el poder. La capacidad de actuar sobre el mayor tiempo y espacio posible.
Y ninguna persona con buen corazón desearía jamás eso cuando siempre, poner en orden las pocas pulgadas que te rodean, resulta casi imposible.