A todo el maldito mundo

Tienes esa mirada desesperada del que, a un paso de despeñarse para siempre, aprieta sus dientes hasta tronzar las muelas.
Siempre resulta fascinante contemplar la retirada hacia un callejón sin salida, esa retirada tan valiente y salvaje, tan agónica y condenadamente hermosa.
Posees la determinación del que, perdiéndolo todo ya, defiende inútilmente esa pulgada de territorio sobre la que se edifica la dignidad.
Es justo ahí donde cavarás con tus propias uñas la última trinchera de todas las trincheras que hayas cavado.
Sin duda, será la mejor de todas ellas.


Te prometo que verte así es como admirar un atardecer templado de agosto. Hay magia en la angustia, en el silencio que suplanta al grito que clama a la nada la rendición de un “¡basta!”
Soportar el dolor, cuando no quedan motivos para soportarlo, siempre significa que has tenido tanto, que te ves tan sobrado de él, que todavía no es suficiente.
Porque yo sé pocas muy cosas de la vida pero sé las suficientes sobre el dolor.
Y eso que atraviesa la mueca en tu rostro, muchacha, apostaría que es lo más parecido que he visto desde hace tiempo a un cólico del alma.
Yo no puedo darte consuelo, en realidad y no te mentiré, nadie podrá dártelo.
El consuelo es como ponerte un guía turístico en el infierno, y del infierno jamás se sale: o te quedas en él o lo atraviesas.
Es como un tripi.
Ja.
Bien, acabas de sonreír.
Las sonrisas serán como el cigarrillo del soldado en el paréntesis de la batalla.
Una batalla en la que no hay enemigos, (porque no los hay, puedes creerme), esta guerra es tu guerra y la tendrás que librar únicamente en el campo de batalla de tus entrañas.
Conocerás la soledad. La que va en serio: honda, sombría, tan vieja como el mundo.
La odiarás como nunca has odiado nada, como hiciste con el primer pitillo, con la primera cerveza, hasta que un día, quizás tras muchos de ellos, caerás en la cuenta que siempre, desde que tu madre (y sin consultarte) te trajo a este mundo, has estado sola.
¡Maldita!


Serás consciente de que has vivido en el error, que te creías arropada, protegida, tal vez reconfortada por familia, amigos y amores, y sin embargo, aquí, en este lugar inhóspito que es la vida, siempre hay más hueco que carne.
Y es que nos separan los instantes, los espacios y las distancias, las mentiras, los temores, la ignorancia, las religiones y el dinero (la estupidez), la necesidad absurda de intentar ser cuando apenas somos un suspiro.
Estamos aislados los unos de los otros por el abismo de la levedad y la insignificancia.
Así que tratamos de tender puentes y nos comunicamos: con palabras, con gestos, con arte, con música o escultura, con hostias, con alcohol y drogas,filosofías y mil millones de mentiras. Nos comunicamos o lo intentamos.
Gritamos
Y hay tanta distancia entre nosotros, quizás tanto ruido, que en contadas ocasiones somos capaces de oírnos y mucho menos de escucharnos.
Ocho mil millones de personas en el mundo, un millón de ideas diferentes y sin embargo, apenas seis o siete sentimientos distintos.
Y la respuesta a todas tus preguntas nunca es alguien, como piensan los ñoños, ni algo, como creen la inmensa mayoría de los cretinos que proliferan en este mundo.
Tus preguntas no tienen respuesta.
Todo es un colosal chiste, que como todo buen chiste, resulta inevitablemente cruel.
Dios, justicia y unicornios.
Sólo existimos nosotros y el espacio que hay entre nosotros.
A veces somos intrépidos.
A veces lo desafiamos con el amor.
Y nos une o nos parte.
Así que sostén esa sonrisa, aunque sea con los tabiques de la tristeza, y mírame.
Te voy a sacar una foto.
Creo que lo necesitas.
A todo el maldito mundo.
A todo el mundo le gusta que le hagan fotos.

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